Inglaterra con vino propio

11 julio 2023

Después de Burdeos, mi primer viaje vitivinícola fuera de España en 1980 fue a Inglaterra porque nuestro objetivo era acudir a la World Wine Fair of Bristol ¡En coche! Con la dificultad de circular en el carril izquierdo, hubo un momento que paramos para estirar las piernas, cuando en medio del paisaje diviso un viñedo en espaldera cuando lo normal sería contemplar vacas y pastos. Nuestra curiosidad pudo más que la feria de Bristol. Y allí nos quedamos.  

Mi acompañante era Fermín Gallego, editor entonces de la revista Bouquet. El lugar resultó ser una idílica granja-viñedo-bodega en el Condado de Kent, a pocos kilómetros de la carretera de Dover a Londres. Me vino a la cabeza el trauma casi ancestral de los ingleses por no haber contado en su territorio madre con vinos propios de calidad que satisficieran su histórica y hedonista vocación vinícola. Por ello, no dudaron en casi “inventar” vinos ajenos, como los de Burdeos, Oporto, Madeira, Jerez, Marsala y hasta el desaparecido "Canary" de nuestras Islas Afortunadas, todos fuera de su perímetro patrio.

Sin embargo, su espíritu viajero y aventurero, la gran profesionalidad de los ingleses como mercaderes y un gran conocimiento de los vinos que compraban fuera de la metrópoli, tendría que desembocar tarde o temprano en investigar las posibilidades de producir vinos propios. Nada tenía que ver con la historia medieval de los monasterios ingleses que cultivaban cuidadosamente numerosos y extensos viñedos. Se habla de que hubo un ciclo cálido del clima, pero también es cierto que, producir vinos de 8 o 9 grados, no era entonces un problema para hacerlo bebible gracias a la adición de alcohol. La desaparición de aquel viñedo medieval no se debió a los fríos y lluvias británicas, sino a la boda de la francesa Eleonor de Aquitania con el inglés Enrique II. La aportación del Bordelais en la dote de Eleonor que, naturalmente, estaba comprendido en sus dominios, hizo más fácil la importación de los finos bordeleses que la producción en campo propio.

Lamberhurst Vineyards

Cuando Fermín y este cronista visitamos a la familia de origen alemán Pieroth en East Sussex, pensé que los alemanes han sido unos expertos en mitigar la agresividad de la acidez británica con el azúcar. Y son precisamente los alemanes los que en los años Cincuenta, todavía recientes los flecos de la Segunda Guerra Mundial, enseñaron al heroico cosechero inglés la elaboración del mejor vino y el más apropiado para las duras condiciones climáticas en el límite septentrional del cultivo de la vid. Si los alemanes no lograron invadir la isla con las armas, lo lograron con las cepas, con el asentamiento de pequeños propietarios teutones. La aportación de cepas "frías", como riesling y sylvaner y el mestizaje de ambas, creando el Müller Thurgau, así como también la híbrida Seyval Blanc constituyó el bautizo de fuego par convertir a Inglaterra en un país vitivinícola.

La bodega no tenía el aspecto de château. Más bien parecía una granja perdida entre el bosque y suaves ondulaciones de la campiña de Tunbridge Wells. Sólo se descubría el sello comercial inglés en una pequeña sala de degustación y exposición, donde libros, utensilios vinarios y hasta gorritos y delantales publicitarios se vendían a los visitantes y degustadores.

Karl-Heinz Jöhner nos atendió sorprendido de que unos españoles visitaran su bodega. Su aspecto estaba más cerca de un granjero de Frankfurt que de un “maître de chais” británico. La bodega se construyó en 1960 bajo la batuta del profesor Wilhelm Kiefer, del Instituto de Investigación Vinícola de Geisenheim, especializada en variedades tempranas, y que yo mismo visité en 2009 con José Luis Pérez Verdú. 

Sin embargo, el pionero del vino inglés no fue un alemán, sino Sir. Guy Salisbury-Jones que, allá por el 1952, plantó la primera viña de poco más de una hectárea en Hambledown, cerca de Southampton. Así comenzó una renacida inclinación hacia la viticultura que originó el asentamiento, sobre todo el sureste de Inglaterra, de pequeñas fincas sin perder la especialización hortofrutícola.

El mayor viñedo de Lamberhurst es de Müller Thurgau que, en aquellos años, era el santo y seña del vino inglés. Contaba también con una parcela de Seyval Blanc, y otra de la para mí desconocida Reicheusteiner, además de Riesling y Pinot Noir, que en aquel año estaban sin producir todavía.

Me llamó la atención que el viñedo de estas latitudes debe situarse estratégicamente en laderas protegidas por bosques y mirando al norte, ya que el peligro de fuertes vientos y lluvias viene del sur y suroeste. En aquella visita ya había casi 50 viticultores ingleses, de los cuales más de treinta se hallan en el Condado de Kent (sur de Londres), zona que al parecer disfruta del clima más benigno de la isla. Hoy ya son más de 200 viticultores. Me contaba Karl que "el cuidado de la viña con cepas de 2 metros de altura es excepcional. Por razones obvias, las uvas maduran pronto pues se buscan vidueños con estas características, aunque la cantidad de azúcar concentrada en la uva sea insuficiente. Solemos chaptalizar, o sea, la adición de azúcar, para elevar el grado alcohólico".

Cada cinco o seis hileras se alzaba una barrera de cintas de caucho que frena los embates ventosos. La instalación cuenta con un sofisticado sistema de riego gota a gota para unas cepas que, habituadas a la humedad, no resisten los períodos secos como las uvas meridionales. Parte del viñedo se asienta sobre lomas situadas a setenta metros sobre el nivel del mar en terrenos de arena y arcilla de excelente drenaje.

Los vinos ingleses hoy

En aquella visita en 1980 al vino inglés, la graduación alcohólica no sobrepasaba los y, por lo tanto, no alcanzaba la graduación reglamentaria de 10º u 11º, lográndolo con la chaptalización. La híbrida Müller Thurgau y la franco americana Seyval blanc no podían evitar la elevada acidez, que más tarde se solucionaba con azúcar.

Hoy, el calentamiento global y una mayor precisión vitícola buscando las parcelas mejor orientadas, reducir la riqueza de subsuelos y control de rendimientos, incluso cepa por cepa, han permitido que los vinos ingleses estén a la altura de los excelentes chacolís y albariños de gama media, por poner un ejemplo cercano. No obstante, los viñedos ingleses, como los de Rías Baixas, deben lidiar con las lluvias intempestivas en el periodo de maduración. Sin embargo, el flujo suroeste no solo es lluvia, sino también altas temperaturas. Hace 40 años, los vinos ingleses se asemejaban al blanco Viña Esmeralda de Torres con las notas ligeramente dulces, pero con una acidez muy afilada

Incluso bebí un Müller Thurgau de Lamberhurst de la cosecha 1979 (un año antes de nuestra visita) que, además del azúcar residual y la alta acidez, contaba con un brillante color pajizo con un leve matiz petrolífero con un fondo de miel y fósforo y con una graduación que no llegaba a los 11º.

Lamberhurst dejó de ser la bodega granja que conocí en 1980 para ser adquirida en los primeros años de este siglo por el principal grupo vitivinícola inglés Chapel Down, ahogando el nombre entre el extensísimo catálogo de este grupo. En 2022 se recompuso el nombre original con otros inversores que se la adquirieron al grupo.

Hoy se pueden beber blancos e, incluso, tintos con graduaciones que pueden llegar a los 12º. Los mejores vinos británicos son los espumosos, que se parecen a los champagnes jóvenes de hace 40 años. Nuestro admirado Quim Vila suele introducir algún espumoso inglés en sus entretenidas catas para que nos confundamos con un champagne.

Si en mi primera visita los vinos ingleses eran caros, hoy siguen en la misma línea. Los precios de los espumosos de algunas marcas alcanzan los tres dígitos y un vino blanco no baja de los 15 euros.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.